martes, septiembre 19, 2006

Capítulo 1.

Encontré la casa no sé por qué fuerza de orientación de la que no había sido provisto en la distribución de las almas. Dicha fuerza me había permitido reconocer sus facciones, que estaban eclipsadas por impúdicos arbustos. Vista desde afuera de su perímetro, esto es interceptada por estas plantas, daba la sensación de una creación dadaísta o caleidoscópica.
Dadaísta, en ausencia de viento; caleidoscópica cuando Eolo hacía su gracia reprochable en el marco de las hojas intransigentes y heréticas al dogma de la quietud...
Quebré con júbilo e ira las ramas secas que atentaban cual látigo quebrantable contra mi rostro anonadado por tales presencias arquitectónica y botánica. El resto de la hazaña consistió en esperar a que me abrieran -sabía que se extendería, siempre se extendió-.
Cuarenta y cinco minutos reloj.
Dieciseis cigarrillos.
Una espera multiplicada por la cantidad de colillas.

-Buenas tardes, ¿qué desea? -dijo una voz, detrás de una de las persianas, que podría representar las secuelas de fumar cuarenta años cigarrillos armados sin filtro-.
-Buenas tardes, señor o señora. Disculpe que no pueda deducir su género mediante su voz. Me gustaría saber si aquí vive un tal Marcos Lacueva, que era compañero mío de la primaria, allá en Camino a San Antonio.
-No me digás... ¿a ver la cara?... no me digás que sos... ¿Lucas Villagra? -inquirió-.
-El mismo -sugerí-.

La vieja saltó a mi cuello como un Doverman y no se desprendió por el tiempo que tardó en llenarme de rouge aceitoso y barato toda mi cara. Era la madre, la misma de siempre... (qué ha sido de tu vida, te recibiste de algo, estás casado).

"Cansado de preguntas que nada dicen de mí" -pensé en un cuasisoliloquio que se manifestó en un tímido "Cansado"-.

-Pasá, ya lo llamo a Marquitos -exhortó e informó-.
-Espero -empezó el paradigma del verbo que nunca pensé conjugar por media hora más.

Pasado dicho lapso de tiempo vi asomarse una cara sonrosada que palideció al reparar en mí y sólo en un instante de recuerdos.

-¡Te tomaste tu tiempo, hijo de siete leches! -exclamé sin la literalidad punto por punto que reflejaba la frase.

Era un hijo de siete leches: una dosis por cada comerciante de la cuadra. (Total de comercios: siete).
Un hijo de siete leches bien puestas, un bastardo hecho y derecho... Ahora estaba pálido, quizá una demostración de la calidad de las leches con las que estaba constituído.
La demostración no terminó hasta que se sentó en el mismo momento en que manoteaba una botella de whisky, para desenroscar la tapa y meterle unos tragos de camello que excedieron mi capacidad de contar con una mano (quizá con las dos alcanzaba).

-Me podrías convidar, ¿no? Tengo algo de sed...-me animé a decir-.
-No te convido una mierda, hijo de puta -me saludó cordialmente, escupiendo isky ensalivado cuando pronunció la "p", esa que constituía la primera letra de una profesión que nunca hubiera imaginado adjudicarle a mi madre.
Varios minutos de silencio enmarcaron el ruido canino que producía al tragar el líquido ocre.

Uno de los personajes lo representó mi encendedor en tres escenas distintas (shik, shik, shik, fuego en off). El otro papel lo hizo una silla vieja, ésa sobre la que estaba sentado
El estallido de estos personajes sobresaltó dos veces a Marcos, como si lo estuviese levantando de una pesadilla de familiares muertos, colgados prolija e inverosímilmente uno al lado del otro desde el techo de una habitación.
-El motivo de mi visita inusitada es el de confesarte lo que ya sabés, aunque no creo que te lo puedas imaginar... -rompí el hielo del reconocimiento, del reencuentro-.

Me miró como sospechando lo que le estaba por decir, un ojo bien abierto (el dogmático), el otro fruncido con actitud escéptica. (Escepticismo + dogmatismo = sospecha).

Un baldazo de sospecha fría, por la espalda, bien puesto, como bien puestas estaban las leches en la madre de Marcos.
En vista de su silencio comencé el monólogo al que habíamos introducido: yo con mi voz y él con su gesto empedrado y fotografiado, manifestación de un vacío perpetuo.

-¿Vos te acordás de Sofía? -provoqué-.
- Es lo que pensé... -acudió a su vaticinio-flash reciente-.
-¿Qué pensaste? -hice como si no supiera-.
-Sabía de lo que me ibas a hablar -prorrumpió en un bostezo que era menos el síntoma del sueño que la intención de quitarle importancia al asunto, aunque logró el efecto contrario en virtud de la incoherencia entre tema de charla y actitud frente a la charla.
-La llave sigue en la misma posición en que la dejé hace 15 años atrás, no creo que sepas de lo que te voy a hablar. Ni te lo imaginás...
-¿De qué llave me estás hablando? -me preguntó con desconcierto, frunciendo el seño y volviéndole al punto su palidez láctea, volteando como asustado hacia el adorno antiguo que colgaba de una de las paredes empapeladas del living. En este momento, aunque el privilegio de ver su rostro no me fue conferido, la leche le debió saltar por cada uno de sus poros, ya que la cara que me devolvió fue brillosa y enfermiza, y uno a uno los vasos capilares de sus ojos me miraron como implorando clemencia.
-Antes de que te cuente bien, te quiero hacer una pregunta: ¿es verdad lo que me decías hace 15 años, eso que en el baúl que tenías en tu habitación había juguetes extraordinarios que se movían solos, con la felicidad de la libertad que les era vedada cuando los que los movíamos éramos los mortales? Otra pregunta: ¿cómo podía ser que en ese baúl haya tales juguetes cuando vos te morías por tener un puto Piluqui?
Su temperatura corporal debió incrementarse considerablemente, porque el brillo de su cara se volvió de un opaco grisáceo, casi verde, y sus ojos ya no me miraron a mí -¡ay!-, pero sí a sus ahora alborotadas manos, esas que se envolvían entre sí aleatoriamente.

-Nunca lo pude constatar: ese baúl está cerrado y no se puede abrir. La llave está perdida, nunca se supo qué pasó con esa llave... -me respondió-.
Luego de decir esto, y en casi una milésima de segundo, volteó nuevamente hacia la llave casi camuflada por telaraña compacta y vigente. Esa vigencia hubiérase podido explicar tirando una pequeña basurita, que se habría depositado inmediatamente en el estómago de su majestad octópoda. Eso no pasó...
-¿Y cómo sabías eso de los juguetes? ¿Sabías que yo confiaba ciegamente en vos, de una forma casi enfermiza? -vomité mientras seguía mirándome con su nuca y su cuello tirabuzoneado hasta lo irrisorio.
-¡Pará un poco! ¡Pará un poco, porquería! ¡No puede ser...! ¡Sofía...! ¡No! ¡Estás enfermo!
-Yo no diría eso, precisamente... -dije como reprochándoselo-.

En este momento, que era el mismo que el anterior, le arrebaté la botella de su mano temblorosa y terminé el whisky barato que contenía, no sin, quizá, hacer el mismo ruido del que me había burlado in mente.

Capítulo 2.

Siempre me gustó la prohibición de fumar en algunas casas: me da la posibilidad de hacer lo contrario. Es un placer que me reservo para cuando el respeto hacia los dueños no está presente ni siquiera en calidad de diplomacia.

Ese placer del que hablo, a veces por una cuestión de deliberada ironía, lo justifico con la presencia de ceniceros en el living -por lo general de cristal cortado- que no tendrían otro significado que el de dejar fumar. Si no, que no los pongan ahí, qué joder...
Sí... Como se pudiera prever, me prendí un cigarrillo, y de los que se sienten en los huesos: un Gitanes sin filtro... y de los negros. Acerqué el cenicero de pie que estaba a un leve estiramiento escapular y al mismo grado de inclinación lumbar, pero el cigarrillo ya estaba prendido y presente como un espíritu humeante, o simplemente de humo. Eso hago siempre, lo de no hacer ademanes que denoten mi intención de fumar sino hasta que está prendido e ineluctablemente afectando la atmósfera, a cada bocanada y como sucesivas explosiones, cuestión que inhibe la censura previa de mi vicio vitalicio y verdugo de mi sistema inmunológico.
No sé por qué propiedad del tabaco, la ceniza de este cigarrillo puede subsistir por mucho tiempo sin precipitarse a un abismo no deseado; y si por esas cosas de la vida a uno de le ocurre sacudirla a la altura que se sacude un cigarrillo de quiosco -para llamarlo de alguna manera- el escombro suele caer justo al lado del cenicero. De todas maneras, ya se sabe que las inmediaciones del recipiente de cenizas es el único lugar donde éstas parecen tener su ubicación lógica, de manera tal que no parece suciedad sino un dulce arrebato de cosmética emotivista. Un descuido más bajo el sol... Saquemos el cenicero, aunque quede esa aureola de Nada, y veremos que es el quid de la cuestión. El cenicero.
Está el cenicero: descuido. No está el cenicero: suciedad porcina. (Suponiendo que los chanchos fumen).
A Marcos nunca le gustó el humo en ninguna de sus variantes, y eso me llenó el espíritu hasta el entusiasmo, ése en el que uno baila poseído por los dioses de la química orgánica.
Sabrán percibir que no me molestaba en lo más mínimo que este animalito del bosque me mirara con desprecio, como diciendo "No podés ser así, hijo de una gran puta".
Nada impidió que le tirara todo el humo en la cara, ni siquiera una brisa que atentaba contra mi intención, luego de lo cual la ceniza se hizo amiga del piso, quedando allí, quieta, imperecedera.
- ¿Por qué me mirás así, acaso tengo un mono haciendo malabares con mangostas en la cara? -le pregunté, mientras Marcos hacía el ademán como para levantarse del sillón, apoyándose con las dos manos, y resoplando como un búfalo en pleno acto de copulación, mirándome de una manera que casi hasta me da miedo, sobre todo cuando me puse en el lugar del búfalo que estaba siendo servido-.No te levantés, todavía no termino... Sofía lo está esperando, está esperando este momento, aunque no esté en este mundo.
-¿Y cómo sabés que no está en este mundo si aquella tarde simplemente desapareció? Decime...
-Su desaparición participa de una suerte de plan divino, uno cuyo afán era que no se mintiera a sí misma, que no estuviera con el idiota de ojos claritos que la miraba con cara de drogadicto, que se afianzara a los ojos negros de la eternidad... -le respondí mirando adrede sus ojos verdes que permanecían iguales a sí mismos, desde siempre.
Estoy convencido de que en este punto, si hubiera osado tocarlo o acercar mi campo magnético al suyo, una chispa azul francia me hubiera fulminado en el acto, descarga de la estática que había generado el roce de sus sentimientos encontrados, el odio hacia mí y el amor desmedido que generaba la incomprensión hacia ella y la superioridad manifiesta que demostraba ésta sólo con su presencia.
-Plan divino... esos suelen ser tus planes... nada más que tus planes... ¡autoteísta del infierno! -me interpretó-.
-¡No me vengás a trabajar el ánimo con tu teología de farmacia homeopática, boludazo! -creo que le contesté.
La tensión que generé con esta respuesta me trascendió como lo que se escribe, admirable e incomprensiblemente. Todavía no comprendo esta trascendencia fonética viajando a la velocidad del sonido con su semántica a cuestas, a caballo de tal inefable entidad, descargando toda su fuerza equina contra el intelecto desmoronado por la rutina de tan abyecto personaje, que todavía vive con su aceitosa y puta madre.
-Chicos, disculpen que los interrumpa... ¿no quieren unas galletitas que hice recién para ustedes? -se coló en nuestra mística la vieja lactófaga, y como si estuviera tratando con pendejos de ocho años.
-No, má, no rompás las pelotas -le respondió, aunque la respuesta no era acorde al respeto que le demostraba a su madre, pero sí a la que yo le demostraba a la mía. De esta manera, y ostensiblemente, era una forma infantil -hasta decir basta- de expresar su rebeldía falsa frente a mí, como intentando convencerme de que él podía ser tan hijo de puta como yo. No pudo. Nunca pudo. Ni siquiera cuando las Parcas esperaban a que les diera el visto bueno para el tijeretazo único y arbitrario, como únicas y arbitrarias eran mis ganas de que muriera. Así, como se lee: que muriera porque sí. Ya.

- Vas a morir siendo un pelotudo -descubrí en una ráfaga de vaticinio.

Capítulo 3.

A veces me pregunto cuáles son los motivos por los que no lo maté cuando tenía ocho años. Ahora que estoy grande me costaría más: eso de la imputabilidad y las edades máximas con las que se puede matar... una burrada teórica, si tengo las mismas ganas de matarlo que cuando era chico. Una lástima.
La noche ya se nos había venido encima, y parecía susurrarme epitafios a mi oído, muy ocurrentes como toda piedra del olvido...
La brisa que antes se me aparecía como transparente, ya se había convertido en una carroza funeral y azulada, que envestía una a una las partículas de la ventana y de sus vidrios constitutivos, no sin antes perder fuerza para luego recobrarla al momento de mover los candelabros y las lámparas arañas, que parecían ser un complejo dispuesto de esta manera tan aracnomórfica para atraer a sus potenciales habitantes, que ya estaban actualizados en sus nichos y concentrados en las vibraciones de sus gestadas babas o alambrados premeditados geométricamente.
Marcos seguía mirándome como refutando puerilmente mi predicción, diciendo para sí "No es verdad". Su cara no se condecía con su actividad, y en este pensamiento me brotó una anécdota:
-Me hacés acordar a un payaso -le dije-. Una vez volvía a mi casa de trabajar, eran las siete de la tarde. Tarde de septiembre antes del infierno que viene a partir del comienzo de la primavera, con su guerra de feromonas, hormonas, comienzos y finales de relaciones perdurables y otras no tanto. Esa tarde preinfernal lo vi. Era un payazo que volvería de trabajar en la peatonal, con sus atuendos coloridos y su portafolios de cuero negro y raído -donde llevaría los globos alargados y demás gajes de su oficio. Todo hacía que fuera incoherente, como esos cuadros en los que se ven con una tristeza que raja la tierra. Venía cabizbajo, con sus ojeras no disimuladas por el maquillaje, y la barba oscura de tres días. Yo no lo podía creer. Era una obra de arte en sí misma, era una imagen espectacular. Venía fumando la colilla de su cigarrillo como pensando en los impuestos que debía pagar y en lo que su mujer le reprocharía al llegar a su casa de cortinas en las puertas y colchones de goma espuma anaranjada y sin cubrecama, con olor a humedad y a vino caliente. Piso de cemento, no emparejado. Cosas que uno no le suele atribuir a un payaso que parecería ser la quintaescencia de la alegría. Pero sabés lo de los opuestos... -en este punto me miró mezclando ironía y sarcasmo -producto de aquélla- en su postura y en sus ojos- bueno... veo que no te importa, pero me hacés acordar a él, al payaso al que se lo agarra in fraganti delicto haciendo otra cosa que no sea siendo un payaso, pero con su todavía eficaz disfraz de agonía colorimétrica.
Creo que no reparó en la metáfora y se quedó con el insulto "payaso", porque ni la poesía ni la sensibilidad le fueron otorgadas en su carrera de maquetas y planos. Calculo que la felicidad podría tener que ver con eso... con las maquetas, con el hecho de no saberlas maquetas.
Me resulta irónico, como son los sucesos aparte de absurdos, que cuando lo dejé de ver para evitar grandes genocidios de posibilidades de trascendencia, la realidad se me presentaba en forma de maquetas, como si cada edificio fuera parte de una escenografía puesta a los fines, grandes planchas de cartón y de MDF con el solo objetivo de hacernos menos infelices, pero más ingenuos. Esa es la proporción universal de la condición humana, pareciera...

Conocimiento Vs. Felicidad.

Aunque es tan malo como arquitecto que vivir en una maqueta hecha por Marcos hubiera sido incómodo, como estar caminando por el centro a las dos de la tarde con el hambre de no haber comido ni desayunado. Las calles eran muy chicas, las puertas desproporcionadas con una altura plausible y la gente viviendo como por casualidad, como si fuera una vana anécdota en el decorado. Lo humano no estaba dentro de las cosas a considerar, sólo lo estructural, lo duro, lo blanco y lo abyectamente propio de él. Podría haber sido un Ingeniero Químico. Lo era. Sí que lo era.
Subrepticiamente huí de estas valoraciones, para aterrizar en la ventana que daba al patio y luego en una reposera que se encontraba entre las plantas que se hacinaban como japoneses en uno de los flancos atestados de hongos. Lo sorprendente fue que la silla estaba vacía en un momento, quedando plena de funcionalidad cuando volví la vista hacia ella. Estaba sentada ella, Sofía, y me miraba con aire de gato arisco pero no por eso menos juguetón. Salté de mi silla, que se hizo mil pedazos contra la pared que estaba detrás de mí y como conteniéndome de futuros accionares intempestivos. Con el estruendo que generaron semejantes crujidos, me desconcentré de la figura que había visto y atiné a ver lo que había hecho. Mierda...su destino de diminutas astillas y jirones de tela no la comprendía: esa silla -que ahora no parecía ni siquiera los despojos de una- tenía ciento cincuenta años, ése fue el día que yo elegí para su muerte. Muerta como estaba, su espíritu no hubiera reconocido su propio envase, denostado por las fuerzas que excedían la ductilidad de su carne... Madera en modestas dosis que no reconocían su unidad.
Después de ver mi atentado contra el patrimonio que podría representar ese mueble, me despedí de él y de su compromiso cultural y volví a lo que me pareció estar haciendo. Acerqué otra silla -que era una compañera de la anciana ya muerta, cosa que hizo amanecer una sonrisa fugaz pero persistente en el tiempo de mi rostro- y volví a fijar las coordenadas en la reposera.
Ahora me arrepiento de haberlo hecho...

Capítulo 4.

La vieja, la madre de Marcos, que a la sazón se llamaba Alejandra, me miraba libidinosamente por entre los helechos. La transustanciación de rostros nunca fue de mis amigas más queridas, ni mucho menos. Esta vez se concentró para estallar en un salto de supervivencia emocional que me hizo pisar el cadáver irrespetuosamente, como se suele pisar a un muerto cuando la voluntad se ausenta.

Maldita manía de personificar las cosas.

Afortunadamente -o para mi desgracia- este cuerpo roto presenta astillas por demás dolorosas, sobre todo cuando penetra uno a uno los tejidos y se instalan en un lugar oscuro y difícil de acceder.
- ¡La concha de tu reputísima madre! -enfaticé sonoramente, cosa que eclipsó el odio que se venía por el lado de Marcos, generándole una carcajada de tal magnitud, que agravó el dolor que ya estaba sintiendo en un supuesto climax, ese que se viene mientras uno espera con los ojos cerrados... Golpe, premonición, cerrar los ojos, dolor, climax -en suspenso- del dolor, carcajada de Marcos, y ahora sí, climax definitivo de dolor, inmanente, temerario y penetrante.
Veo por la ventana para mirar un poco las plantas, cosa de atenuar -al menos estéticamente- tal sufrimiento, y de nuevo: más Alejandra, más aceitosidad, más dolor.
-¡Basta! -terminé diciendo a toda la humanidad presente, verduga de tantas existencias descoloridas que se me representaron en una cara decrépita e inmunda hasta el hartazgo, hasta mi hartazgo.

Burda hipóstasis de mi abyección.Tamaña incoherencia...

Yo sabía lo que iba a pasar, el dolor no cesó hasta que puteé cuatro o cinco veces más, y siempre a su madre, mientras esta actitud alimentaba la jovialidad de Marcos, como si fuera una máquina que funcionase a base de rencor y su manifestación: los insultos blasfematorios -no se tome como redundancia, por favor- de su ascendiente conocido, al menos el único al que se le conocía más que su apellido. Es de no creer, que el puto destino se haya reído así de la pobre mujer, platónica hasta en el nombre. De las que se alimentan a base de ilusiones, de fantasmas y de sombras. Es de no creer que se llamara de esa manera, un nombre para ella, justamente para ella: Alejandra Goría.
Alejandra Goría de Lacueva.
Lo que se podía retrucar era la inexactitud de este nombre, ya que no se podía postular este de bajo ningún aspecto, salvo el lácteo que ya mencioné. El hecho de que Marcos tuviera tal apellido obedecía a vicisitudes tan contingentes como inexactas. No me importa: para mí sigue siendo la Ale Goría de Lacueva. Un plato... Un plato de filosofía que se come con los cubiertos del sarcasmo, y que se baja con la bebida de la burla al comentarlo, con el agua del tiempo o con el vino de la imprudencia...
- Ahora, me vas a decir por qué mentiste -casi que le imploré-. Te sentás y me lo decís... y dejá de cagarte de risa que no lo voy a soportar ni un minuto más. Sabés que sé solucionar ese tipo de actitudes. Lo sabés...
El rostro , primero, y todo Marcos, después, se dejaron de reir. Anochecieron sus ojos y luego toda su ropa, como si la capilaridad fuera no sólo un principio de la física, sino también del espíritu. Podría haber sido la demostración de la materialidad del alma, pero no fue así.
- Mirá... yo no te mentí, era lo que yo pensaba con ferviente credulidad cuando era chico, no sé... -balbuceó.
- Seh, claro... Ahora me venís con eso. Siempre te escapás como laucha por tirante, sos un caso... -le dije mirándolo a los ojos, primero a uno y luego al otro, habida cuenta de que me concentré para mirárselos al mismo tiempo. Como caminar, como pensar en cualquier cosa que ya devino en automaticidad: se vuelve difícil, uno piensa que lo es, y tal elucubración hace que uno se tropiece o que no pueda coordinar el embrague con el acelerador.
- Sí, soy un caso ablativo, un complemento circunstancial de modo, de esos que se confunden con los adverbios, soberbias palabras que no necesitan de nada... -mientras decía esto levantaba las manos como si estuviera recitando una oda o una elegía a la muerte de su padre.
-Salvo a tu mamita auspiciada por la Aceitera General Deheza. ¡Vaya propaganda de un lubricante comestible! -ironicé de una manera bastante directa, aunque para él podía llegar a ser poesía deconstructivista mezclada con surrealismo a lo Bretón y un argumento a lo Beckett. O un insulto por descarte, por ignorancia, por las profundidades en las que se había sumergido su autoestima desde la desaparición de "su" Sofía. Esas personas que piensan que todas las cosas que no entienden son insultos... Nada menos alejado de eso... Una pinturita el tipo...
- Che, se está poniendo oscura la cuestión... Si empiezo a citar a Shakespeare como vos y digo que la vida es un cuento contado por un idiota, corremos el riesgo de quedarnos en esto por la eternidad, sentados frente a frente. Está delirando aquel idiota, definitivamente, ¿no te parece?
- No culpés a entidades metafísicas que ya es suficiente con el aparato reproductor de tu madre...
- Bueno, ya me cansaste con mi vieja, ¿qué te pasa? -se cansó, era verdad lo que decía.
-Si vieras cómo me está mirando en este momento, te caés de espalda sobre esa pata de silla rota -le respondí-.Y no lo lamentarías.
Como si tuviera el cuello oxidado, se dio vuelta tan pausadamente, que le dio tiempo a Alejandra a pararse, sacudirse la ropa de las hojas secas, pensar hacia dónde ir y encaminarse hacia allí. Cuando miró hacia la reposera que sabía que yo señalara mientras me reía del ridículo que semejante alimaña poniedo cara de sexo furtivo hacía, puso cara de me-estás-cargando, aunque sin mirarme, y me dijo simplemente que tenía una locura del tamaño de lo que era la Unión Soviética.
El hecho que Alejandra haya entrado por la puerta del patio ni bien terminó de darse vuelta, le hizo sospechar de que lo que estaba diciendo era verdad. Su madre había estado viéndome desde atrás. Una sospecha que hizo que me mirara con odio, con fuerza; y en dosis que serían perjudiciales para su salud cardíaca.
-No nos vayamos de tema. Te has muerto varias veces para mí. No quisiera que te mueras una vez más y que siga así hasta la longevidad de nuestros días. No digo que los días ni el tiempo envejezcan, no te vayas a creer. Es sólo una figura, ¿me entendés? Esa pregunta es de las que se llaman retóricas, no me la tenés que contestar, ¿sabés? -le expliqué.
-Mmm... No entiendo.
-Imaginate un teatro de los grandes, como el Teatro Colón de Buenos Aires. Imaginate que están copadas todas las localidades, pero en vez de estar estas personas vivas, son cadáveres de frac. Mujeres y hombres, y uno que otro niño y adolescente, vestidos muy finamente, pero muertos. Algunos inclinados hacia la derecha, algunos hacia la izquierda, otros tirados hacia adelante, con la cabeza doblada hacia atrás. Uno tirado en el pasillo. Uno colgando de la baranda de la tertulia, con sus respectivos binoculares hechos pedazos contra un cadáver de las localidades bajas. Acordate, todas las localidades ocupadas. ¿Me seguís? -Asintió- Bueno. El teatro de mi mente está igual, pero está copado de tus muertes, una y otra vez, con distintos atuendos, barba, acné, imberbe, niño, adolescente. Pero sos vos, no te vayás a creer que no sos exclusivo. Por favor te lo pido. No. Un teatro lleno de tus muertes de distintas clases y con diversas fechas: eso es un buen resumen de lo que es mi cabeza. Pero me cansé. Quiero que seas uno, pero bien muerto, en mi cabeza y en la del mundo físico, y en cualquier parte donde se pueda acceder. ¿No me ayudás en mi empresa? -casi que monologué, con la salvedad de que la respuesta se solapó con mi última palabra.
-¿Vos creés que soy un suicida? ¿Cómo me voy a matar para ayudarte? ¿Te pensás que soy idiota? -me multipreguntó.
-Sí -respondí-, pero no quiero que te suicides, sólo quiero que me ayudes a hacerlo por vos, sé que no tenés los huevos para hacerlo, nunca los tuviste. Quiero que me ayudes a ayudarte, digamos, a ayudarte a ahorrar ontología, ya que anda escaseando últimamente.
-¿Pensás que te voy a llevar el apunte? -me preguntó como si fuera un viejo venido a menos.
-Es increible cómo se desquitó con vos el diseñador. ¡Cómo pueden haber hipostasiado de esa manera la pasión por el fracaso! Tenés todos los ingredientes: vivís solo, a tu edad con tu madre, soltero, alcohólico. Ecce homo!

Capítulo 5.

La visión de un gato jugando con un ratoncito, pasándoselo de una pata a la otra, esperando que se mueva para morderlo, para que se deje de mover. No, definitivamente no es representativo.
Con un vacío eventual en el pecho, me miré en uno de los espejos que había en el living, esas compuertas de alteridades compartidas.
Esa cara no es mi cara, no me desarmés los esquemas. Ese reflejo no es el mío, cae de maduro. El problema es: ¿de quién es? Mi ausencia, ¿brilla en algún lugar? ¿Me lo harás saber algún día, despreciable existencia contenida en la esencia? ¿Cuando el tiempo se marchite en biologías microscópicas? La marchitabilidad, ¿será una cualidad temporal? ¿Metáfora? ¿Estoy jugando? ¿Cuál es mi función frente a este engendro de sus circunstancias? ¿ Demiurgo? ¿Creador? ¿El motor inmóvil?
- No entiendo a esa gente que se deleitaba teniendo sexo con tu madre, sabiendo lo que tiene... ¿No tenían miedo a que tanto tiempo de contacto piel a piel generara una metástasis beligerante con el instinto de supervivencia? ¿Tan capaz es uno de trascender la teleología más íntima por sexo? De sexo estoy hablando, no le agregués emotivismos vitalistas.

La conjunción de ambos elementos presentes en mi discurso generó el chispazo previsto en una situación análoga. Recuerdo ese situación porque la acabo de escribir. Pero en su momento, una vaga reminiscencia me hizo recordar un instante: no tenía este grado de certeza y especificidad. Era sólo un recuerdo azul e impalpable, nocturno. Parece tramado, pero no: casualmente esa noche era azul e impalpable... como los ojos de Sofía, ésos que me miraron alguna vez, esa última vez...
Se levantó y me encajó un puño en la boca del estómago que me hizo arrodillar inmediatamente, como si hubiera cedido en mi propósito.
Recuerdo que ese día me había puesto un saco negro. Cuando estuve arrodillado -contraído como un termostato frío- me agarró de la solapa del saco y me levantó hasta que quedé erguido, pero todavía arrodillado. En este momento sólo atinó a cachetearme dos veces: una en cada mejilla, con fuerza paternal.
Lo violento fue que su rostro no se inmutó ni siquiera levemente, mientras la tela se rasgaba y con ella mi elocuencia.
Una tempestad de imagenes recorrió la secuencia de pensamientos, mezcladas con algunas frases aisladas y descontextualizadas, pero plenamente tejidas para lo que se avecinaba: la aleatoriedad de lo divino, avizoramiento de su supuesta causalidad, la muerte que significa desprenderse del instante y refugiarse en los recuerdos abstractos de lo injustificado, en el caso en que existiera algo así como “lo justificado”.
Al punto me incorporé, como si estar de rodillas frente a él fuera una impudicia ritual, cosa que más o menos era, dependiendo del tiempo que demandara el bulbo raquídeo para resetearse y devolverme a la postura dadora de dignidad (erección).
Algo negro se cruzó en el camino, como si me vigilara: podía ser una intención; un proyecto que ya andaba molestando, siendo que me distanciaba de su cumplimentación; o simplemente una imágen desaprensiva: la costura de un saco que al romperse se vuelve un manojo de hilos blancos, agentes de una turbación momentánea, hilos blancos... El saco es negro y ahora me viene con esto: con cicatrices blancas, una quemadura sin fuego, sin lamentaciones de conventillo, pero con algo de imposibilidad. Mostrar la hilacha. Claro, la hilacha es blanca, se muestra cuando se rompe, es blanca, antes era un saco negro, las costuras blancas no se pueden ver, ahora sí, pero no... la puedo ver por esto de los espejos, de la confianza en algo objetivo que nos devuelva justamente lo simétrico absoluto, la graduación del otro como un aullido en la jaula del horizonte-canon. Después le dije lo siguiente.

Capítulo 6.

- Vení, te voy a mostrar algo -le previne-. Calculo que está en el mismo lugar de siempre, no te creo capaz de moverlo, estás demasiado aferrado al pasado como para cambiar de lugar el mobiliario.
- Acepto la invitación si me concedés el beneficio de inventario, tus sorpresas premeditadas tienen independencia de tu voluntad, lo sé. Hay algo de maquiavelismo inconsciente que no tolero en tus reproches eternos, en la manera alienada que tenés de decir las cosas, como si tu logos fuera de ultratumba, una escatología de dimensiones mesiánicas... -teorizó mi espíritu de la misma manera como me describió.
- Bueno... La terminología legal me parece adecuada, pero sólo en el caso en que estuviéramos hablando de una herencia. Y te digo una cosa: lo que estoy por hacer es rescindir un contrato, nada de muertes en papeles firmados ni fojas borroneadas por un tiempo indecoroso, ése del que se habla en el marco de la precomprensión -dije-.
- Me cago en tus retrucos y en tus valecuatros, máxime si no sé jugar al jueguito de mentiras, de pliegues de la memoria y de suposiciones. Voy a tener que hacer lo que me pedís, aunque tengo mis reservas -reprochó en un manantial de enunciaciones directas.
- Tus reservas me tienen sin cuidado... Lo que te voy a mostrar no es un hotel, y en el caso en que lo haya sido –prendí un cigarrillo-, sólo lo fue por unas horas... –anuncié.

Capítulo 7.

Al terminar de enunciar mi deseo de que nos movilicemos hacia su habitación, se escuchó un crujido proveniente de la cocina, luego de lo cual Alejandra vociferó con su correspondiente camionerismo discursivo, presa de un espasmo que quizá pocas veces hubiera sentido tan desprevenidamente.
Luego de un silencio reflexivo y paranoide –a la vieja usanza-, Marcos corrió a la cocina en señal de preocupación por su madre, formalidades aparte.
Conservé mi postura jovial no más de lo conveniente, hasta que Marcos llegó y con él su desprendida vitalidad, que abortó mi intención de hacer algún comentario respecto de la torpeza de su madre.

- Estábamos… -ontologizó Marcos como para continuar, no sin una mueca de desdén que ameritaba el contraste entre la oximorónica salud de su madre y el compromiso de terminar en cuanto antes con mi presencia en sus lares.
- Sí, estábamos en que yo te mostraba esto… - y empujé la puerta desencajada, que se trababa a la altura del vértice superior, con la suerte (buena o mala, la eticidad no me concierne) propia de mis hábitos: romper. La puerta se sujetó al marco, doblegando la parte inferior en un resorte arrastrado de chirridos. La arena y la puerta.

Maña. Puerta rota. Bisagras muertas. Pernos en el piso. Inmutabilidad del afectado (el capital de Marcos).
Las nuevas bisagras, constituidas por la arena inferior y la madera hinchada por humedecimiento superior, posibilitaron que ahora hubiera una puerta que se abría por donde antes se sujetaba al marco.
“La época es la trasgresión de la época” [A= ¬A]
No afectó a la decoración, después de todo.

32 comentarios:

Serj Alexander Iturbe dijo...

¡Me cago en los dioses del Olimpo! ¿Será esta una novela o se resumirá en un indecoroso cuento?
Las variaciones en la personalidad de los personajes estarán sujetas a la decisión del autor, que a su vez no será otra cosa que la manifestación de las cosas sobre las que no tiene decisión, por lo que se escribirá solo, sin mediación de ninguna voluntad subyacente que imposibilite la decadencia o fortuna de los engendros de una mente macabra en busca de la conquista del puto silencio, a falta de palabras...
No me hagan más difíciles las cosas...
The rest is silence.

Damned Poet dijo...

Ah, verborrágico vasco, qué afán por los términos abtrusos y las construcciones fuliginosas, todo en aras de enunciar simples confesiones.
"Ojalá sea novela"

(tanto preámbulo para tan corriente deseo)

Serj Alexander Iturbe dijo...

Mi querido Lea: la armonía no está presente en esto, ni en nada de lo que haga... lo ruidoso es la existencia, la percepción de cada uno que interfiere con la de los otros y se solapan en errores que induce la comunicación, las emociones y el presupuesto del alma que no permite sentir el absurdo en el que todo está arrojado tan así como es...
Vengo de otras tempestades que me hacen escribir esta tormenta de horror desmedido y escénico... sólo escénico... trágico al estilo clásico, de fuerzas que pelean eterna y absurdamente por algo que las trascienden hasta lo irrisorio... Nada más. Gracias por el comentario...

Serj Alexander Iturbe dijo...

Fe de erratas: donde dice "trascienden" es "trasciende"

Serj Alexander Iturbe dijo...

que "Vive como quieras" se identifique ya! no sé quién es y no me puedo dirigir a nadie. Favor de acercarse a mesa de entrada... jajaja. El autor...¿o no...?

Serj Alexander Iturbe dijo...

Ya está, gracias Marlene por el comentario, y la respuesta es no!!!!!!!!!!!! no lo voy a abrir, ni a palos... tendràs que esperar hasta que termine, o ni siquiera... jejeej. Te juro que no me acordé de vos cuando me preguntaba quién podía ser la mujer que escribiera eso y con acentuación y todo... no podés ser más que vos... Sí, lo de las leches es una obsenidad pero le da un gustito dulce a la cuestión, ¿o es salado? bueno, vos sabrás... jejeje. Muchas gracias por tu tiempo...

Damned Poet dijo...

Se puso popular la cosa. No leas más Marechal. Elitismo borgeano rules!!!!!
:P

Serj Alexander Iturbe dijo...

Creo que la cosa se está poniendo violenta, no sé en qué va a desembocar todo esto... Me da miedo, temo por estas pobres creaciones, también por el Demiurgo que se lo está tomando demasiado en serio... Mèrde à Dieu!
Bah, no quiero ser tan hereje de creencias ajenas, debería haber dicho "Mèrde, alors!"

Serj Alexander Iturbe dijo...

Ahora que leo el comentario de nuevo, me he dado cuenta de que ambas blasfemias participan de una cadencia similar, casi idéntica. No sé, ya estoy desvariando, para no perder la puta costumbre...

Serj Alexander Iturbe dijo...

Este comentario, aunque sale bajo mi nombre, ha sido escrito Por Analía Bastos, ya compañera de delirios reales, como la llamé una vez en el msn... Muchas gracias por todo, Ana, en serio. Aquí va:

Apreciable desprecio interpersonal. Visita de día Jueves puede haber sido esta, por jueves de traición en el aire, religiosamente en una famosa cena.

Lucas se puede asustar, cuando no salir corriendo a la vereda, me parece. No por Marcos, pero los ojos negros de la eternidad pueden estar oscureciendo hasta el tabaco que fuma donde la humareda levanta nervios químicos imprecisos (para el lector), no tan precisamente por el humo. Los ojos negros nunca son los mismos, cada vez se tornan más oscuros, de tinieblas y de noche.

Por pelotudo, por tijeras, por la madre, por Sofía, por la espalda porque sí…

Ana

Decidí publicarlo o no, están ahora en tus planes estas pocas letras.

Damned Poet dijo...

Y ahora los hombres que se pretendian eso que la palabra intelectuales define no si cierta injusticia, habrán de abstenerse por años a comentar sobre este texto.
Yo en lo personal esperaré hasta el capítulo treinta y pico como mínimo.

º·.Such a little raven.·º dijo...

*ovación cerrada y de pie*

está re bien, disfruté mucho leyendolo (en el buen sentido de la palabra)

Damned Poet dijo...

Otro comentario para el tercero y no el trigésimo capítulo de esta interesante novela (porque no me jodas, esto llega a las 500 páginas, aunque vos sólo escribas 50, siempre estarán escondidas entre líneas miles de millones de pequeños hechizos literarios dispuestos a asaltarnos a nosotros, los lectores, a la vuelta del punto y coma menos esperado).
No quisiera jugar con el concpeto de destino y arruinar la dirección que, preveo, puden tomar las cosas desde que Marcos se recibió de arquitecto. Y NO HAY NADA FREUDIANO EN ESTO, animalejo etxea.
Saludos que se perderán constantemente en la nada de las vías tomistas Adiós.
À Diéu.

Serj Alexander Iturbe dijo...

Deer Damned Poet (pseudo descendiente del Cid): no descartaría a Freud para encarar a estos personajes -si te los encontrás personalmente- pero de todas maneras no es lo que parece.
Lo del arquitecto -posible metáfora de un Demiurgo a escala en el decir popular- obedece más a connotaciones estructurales de la vida cotidiana que se les escapan a las demás carreras, y a la aversión por el "Marcos" que existe en la vida real, que no hace arquitectura, precisamente, pero por ahí anda. Su cara y su abyección lo demuestran a cada paso que da. (Acordate que tiene ojos verdes y cara de drogadicto, ese arquitecto supuesto en tu análisis cae por tierra, aunque podría ser ficcional este aspecto...pero adiviná qué... no lo es.
Aunque cuando recién te comenté que había leído tu "comment", lo tuviste que leer de nuevo para acordarte de qué se trataba, habida cuenta de que lo escribiste ayer, hijo de una amiga de los tripletes, (no es un término biológico, se entiende) te lo acepto como un no-deliberado-augurio-de-continuidad en este mi proyecto...
Se comenta (comento)que me he tenido que cagar en todos mis principios literarios para llevar a cabo este desconcierto de caracteres (tanto humanos como impresos), por lo que se me hace difícil este mundo de continuidades transjornales, esta construcción homogénea que viene de un mar de gotas distintas que ni siquiera permanecen iguales a sí mismas por media hora... Sabés que, como se dijo (dije) ayer, la estética es enemiga de lo cotidiano. Espero que sea esta una excepción, y si no lo es, que al menos sirva de unión de las almas que lo leen, quizá en un universo en el que la literatura es el lenguaje oficial... Gracias por la compañía.

Damned Poet dijo...

Me desligare afortunada, pero no definitivamente, de las visicitudes psicológicas de los personajes por un momento. Abordaremos la fructífera discusión a su debido momento (léase: cuando a alguien se le cante en el forro de las pelotas, si las damas otrora presentes me permiten la expresión).
Quisiera detenerme a decir una palabra, literalmente una, de lo que se está haciendo para mí leer esto:
Aceite.
(para lubricar turbinas de avión comercial, ése aceite)
El texto es denso, densísimo, en lo más positivo que alguien pueda endender por tal comparación.
La tensión se disolvió por un momento, pero nuestro producto es una solución casi sólida, por la que ni la más mínima partícula puede pasar. Algo como lo que a mí se me ocurre que sería el latex líquido.
Seguí dándole con el chucharón y no escatimes con las colas de sapo, las orejas de foca y los dientes de tortuga de las Galápagos
(las que no estudian historia, no me vayas a desdentar a otro crítico-lector).
Eso, simplemente.

Anónimo dijo...

para que mentirte, no pasé del capítulo dos, porque mi mente está dispersa y la ficción que presupone la realidad de tus escritos, me pide que esté atenta, de lo contrario que deje, y vuelva en un instante, para empaparme y animarme... de las realidades más brutales y cínicas estoy en este momento envuelta, y dejar mi comentario, pudiendo utilizar un seudónimo o anónimo, en este instante, sería en vano... empero, encuentro en la exquisita forma de expresión que tenés, deleite, inquietud... I

Anónimo dijo...

BASTA CON LA ESTÚPIDA CREENCIA: QUE LA FICCIÓN ES FICCIÓN!!! NO, DE NINGUNA MANERA.PESE A ESTE COMENTARIO, LA LUCIDEZ D TUS PALABRAS M CONMUEVE CADA DÍA MÁS, ESA CAPACIDAD DE CREAR TODO UN HILO MISTICO DE UNA PARTICULA INFIMA, QUE NUNK SE SABE A DONDE VA A LLEGAR...CAPACIDAD TAN PARECIDA A VOS.
QUIZÁ LEYENDO UN POCO DESCUBRA ALGÚN POR QUÉ?..."lo que no entendemos es por qué eso tiene que suceder así, por qué nosotros estamos aquí y afuera está lloviendo. Lo absurdo no son las cosas, lo absurdo es que las cosas estén ahí y las sintamos como absurdas."
LA CITA ES ADMIRABLE TANTO COMO SU AUTOR(DEJO QUE LO DESCUBRAN LITERATOS EN POTENCIA-ACCIÓN)
EN BURDAS PALABRAS, EXELENTE COMIENZO DE LA NOUVELLE!

Serj Alexander Iturbe dijo...

Mi queridísimo Adrián:
los opuestos, de los que hablo en esa parte, obedecen a manifestaciones que tiene el hombre, muy pueril, por cierto, frente a una circunstancia. Pueden diferir de una manera u otra con respecto a su opuesto. Es sólo una sinécdoque de un estado frente a una manifestación de ese estado
me gustan ese tipo de comentarios, realmente son de los que cambian mi percepción, qu eme dejan verlo de un lado distinto. Muchas gracias, Adrián, en serio... No deberías tomarte enserio esta salpicadura de un intelecto destrozado por la enfermedad...
jejeje. Todo un tema ese...

Serj Alexander Iturbe dijo...

con respecto al segundo comentario... ¿qué está primero, el huevo o la gallina? Naa más...

Damned Poet dijo...

Llego tarde para le comentario pero ya que estamos de una u otra manera incidiendo en el autor y de allí, en el texto mismo (nosotros, los lectores) podríamos empezar con las exigencias. Nomentirachiste.
Pero concuerdo con el amigo de los mil nombres que a mi me presentaron como Galápago, que la explicación del nombre de la señora de Lacueva está demás.
Creo que ya te lo había dicho, Sergio, pero nunca sé qué te dije y qué pensé que te dije, así que en todo caso estaré repitiéndome otra vez.
Sin otro particular blah, blah, blah...
Germán.

Serj Alexander Iturbe dijo...

Como dice un amigo, vamos de nuevo.
No sé por qué se toma como una explicación del nombre, hay que tener en cuenta que es un narrador testigo que está contando las cosas que le pasaron, independientemente que sean explicaciones o no. A veces, apelando a los recuerdos, en la vida real también sucede que uno justifica su accionar pasado en una fundamentación posterior, e incluso en hechos posteriores. Si el narrador tiene que explicar por qué se reía del nombre, será porque le habrá pasado muchas veces que no lo entendieran, o que se perdiera lo que se iba a decir por una cuestión de legibilidad o de conocimientos no compartidos universalmente. Problemas de la comunicación y de las justificaciones, ¿vio?...

Serj Alexander Iturbe dijo...

Ayer me pregunté cómo hacía para llevar a cabo esta empresa de un escrito que trascienda una sentada y una catarsis eyaculatoria...
Hasta ayer pensé que era un desafío, una cuestión que me iba a costar todo lo que no me cuestan los cuentos.
No, no era así...
Hay un estado de ánimo que se me hizo permanente, perpetuo o sempiterno, todavía no sé con qué palabra quedarme
Es ese estado el que me permite trabajar en una línea que no dice nada de los días, que me permite escribir todos o cada día que quiera y siguiendo un tema que no cambia, una línea temporal, y un argumento algo preconcebido.
He reparado también que el tono no varía, a pesar de los días que no son los mismos, a los ánimos que no son los mismos. Pero pareciera que ese estado que permanece es el que me mueve a esto... Nada más.

Petra von Feuer dijo...

Siempre prefiero decirte mis impresiones directamente por MSN, pero acabo de releer las últimas líneas y se me ha reforzado de tremenda manera la sensación que ya te comenté: esto se está poniendo cada ves más aspero y siento que todo está a punto de volar en pedazos. Espero con ansiedad ese clímax.

Serj Alexander Iturbe dijo...

Este comentario es de Analía, y dice de la siguiente forma:

(es en reación a tu último comentario de la nouvelle), ah, y el visto bueno!, : PUBLÍCALO, jajajaja, sin dudas jajaja.



Bueno, que ayer en este paralelo plano alterno, puede haber sido justamente recién, para mí que acabo de actualizar la lectura de esta tribuna hablante.

Le denomino ahora, Sergio, y destaco lo siguiente, como percepción de lo que desata todo este movimiento ficticio y no tan mentiroso: estarás en medio del despliegue de uno mismo en dos o más partes. Esta condición predica verdades de mayor categoría que las de cualquier (día, ahora, ayer, en un instante, y también etcétera que anima todo lo no dicho) episodio en que se te documenta la realidad. En esta circunstancia de franca ciclotimia, en el sentido de la gran producción a la que te condena, el tono y el ánimo serán simplemente asistentes de tu verdad (o ficción, o mentira, o realidad, o virtual significatividad de existir por un no espacio y un no tiempo excesivamente seguros).

Fíjate vos nomás...

Y es gracioso escribir en donde dice comentario, sabiendo que después lo tengo que cortar y pegar en un mail o Word, para mandártelo. Pero en este juicio público de tu literatura no me voy a sentar a hablar en el patio del juzgado…, ha visto cómo es…jajaja!!!

Saludos!, ANALÍA

Serj Alexander Iturbe dijo...

Querida Analía: es muy cierto lo que decís de los despliegues de uno mismo en varias partes. En eso estoy de acuerdo.
Con lo que tengo problemas es con lo de la permanencia. No creo que el tono ni el ánimo sean sólo asistentes de mi verdad. Diría más bien que es la condicion de posibilidad, como categoría, para que esté haciendo lo que hago. Simplemente me parece que cumple un papel mucho más importante de lo que parece. Es la cuestión de la etapa creativa y la representación en palabras.
Mi problema es el de saber cómo es que vienen todos los días, o los días que vienen, las musas para ayudarme. Es como si yo mismo fuera un personaje de un escritor que sí sabe escribir novelas. ja.
Gracias por el comentario

Serj Alexander Iturbe dijo...

Respuesta de Analía:

La asisencia del tono el y ánimo vendría en calidad de musa (filosóficamente: condición de posibilidad); no me parece diferente a lo que te decía. Al referirme a algo que te asiste, es entender por ello una cierta condición dada en determinadas/determinantes circunstancias. Pero me dejaste bien claro que la cuestión de la etapa creativa y la representación en palabras en vos no es circunstancial, sino que es propia, interna; por lo pronto las imagino como resultados vivientes, o respuestas que advienen en momentos de grandes despliegues de tí mismo. Es quizas respuesta a una pregunta sólida acerca de quién es uno, y cuándo uno parece no ser más uno; realmente somos muchos y muy diversos.
Y, volviendo a tu problema, o el de algún Sergio que escribe, o que lo están escribiendo, y cómo es que las cosas aparecen; no sé. Creo que es la disposición de materiales humanos-mentales y espacios paricularmente satisfactorios al momento de largar tu personaje y escribir otro/s, que pueden quererte ganar la partida y adueñarse de tu novela o nuvelle o culebrón universal. Otro tema, qué es lo que escribís, es como preguntarse, cómo voy a terminar,¿ me quedará tiempo, reflexionaré y viviré lo suficiente?, puede ser intrigante saberlo, pero no agrega nada a una vida condenada a la muerte. ¿Será solamente eso lo que tendremos que saber?.

Disculpas por la cantidad de preguntas, al final esa dualidad de respuestas y preguntas se penetra tanto a si misma que llega un punto en que no sé qué es mejor, ni tampoco siquiera cuádo una pregunta puede ser una propia respuesta.

Hablable, por cierto la cuestión.
Gracias también a vos, eh?
Analía

Serj Alexander Iturbe dijo...

Cuelgue surrealista de Analía a propósito de la respuesta suya anterior:

ASISTENCIA
TI
PARTICULARMENTE
NOUVELLE
CUÁNDO

JAJAJA, esto no es Spineta o la poesía surrealista, aunque podría ser, jajja. Es una corrección ad hoc, me parecía prudente y la prudencia me llevó al surrealismo, ja!, me pienso seguir riendo después de apretar el botón enviar.

Saludos!

Serj Alexander Iturbe dijo...

Comentario de Analía a la nouvelle: es el siguiente:

¿Dónde está el rostro de ceniza? ¿Algún asesino se asoma?
Al final de cada capítulo, una espada va ocupando las páginas inmateriales de esa nouvelle.
En alguna ventana asomará, quizás ya reventó una silla; ¿querrá conocer el recorrido de una cabeza, desde su frene hasta su nuca?. Posiblemente, tan certero puñal no domesticado, resucite a más de una de estas mentes. Mientras tanto, las órdenes palidecen frente a este resplandor del brillo filoso,que amenaza sin límites los rincones ahogados de la casa.

Analía
(-tell your- wicked lies), mi nuevo pseudónimo, seudo anónimo.

Serj Alexander Iturbe dijo...

En este punto, como me ha hecho notar su propia autora (Nati), debo reconocer la influencia, tanto consciente como inconsciente, de su logos en la construcción de la frase de la elocuencia. Me parece divertido cuando se pierde, ya que estamos...

Anónimo dijo...

mmmm...pretencioso, y popular al mismo tiempo. Ruido innecesario y por demás irreal. Aunque no por ello es malo... al menos tenes la ventaja de que lo que escribis nunca va a ser parte del género "best-seller"

Serj Alexander Iturbe dijo...

Que Mahoma te escuche!

Anónimo dijo...

Tengo la obsesión de terminar de leer todo lo que empiezo, por eso empiezo poco. Pero en este caso fue por gusto. Muy buena prosa me pareció. Aunque me supera el grado de erudición presupuesto. No sé como llegué a esta pág, debés ser algún compañero de la facu. Lo que no pude evitar sentir, mientras leía, es el vértigo detrás de todo, ¿será el síntoma de padecer filosofía? ¿será el precio por estudiar tanta mierda?